Si ya es complicado mantenerse al día con la avalancha de lanzamientos semanales y con esa lista interminable de juegos pendientes, más difícil se vuelve cuando algunos títulos llegan prácticamente sin promoción. Esa falta de visibilidad hace que pequeñas joyas como Keeper, desarrollado por Double Fine y distribuido por Microsoft, pasen desapercibidas para muchos jugadores. Yo mismo lo seguía de cerca, pero cuando me di cuenta de que ya estaba disponible, llevaba días en el mercado. Y sé que no he sido el único al que le ha ocurrido.

Cuando un juego no rompe moldes, esta falta de ruido puede ser comprensible, pero en el caso de Keeper sí duele ver que su propuesta diferenciadora no ha tenido una llegada más potente. Por eso, intentaré mostrar por qué este título merece más atención de la que ha recibido.
La narrativa se construye sin una sola palabra escrita. Todo se transmite mediante expresiones, gestos y sonidos, mientras encarnamos a un faro viviente acompañado de Ramita, un ave que nos guía y acompaña a lo largo de casi toda la aventura. Esa conexión emocional, tan característica del estilo de Double Fine, se refuerza con un mensaje constante de amistad, superación y empatía que se siente incluso sin diálogos.

A nivel jugable, Keeper destaca por lo sencillo y directo de su propuesta. Aunque la mecánica pueda resultar repetitiva en esencia, avanzar por su mundo resulta tan agradable visualmente que la repetición no pesa. La luz que emitimos como faro es la herramienta principal: con ella activamos interruptores, alimentamos mecanismos y mantenemos alejadas a unas criaturas que, aunque hostiles, nunca llegan a dañarnos. En este juego no existe la muerte, solo obstáculos que ralentizan o entorpecen el avance. Aun así, cuando algún peligro pone en aprietos a nuestro compañero, se genera una tensión justa y bien medida que añade intensidad sin frustrar.

Su estructura es altamente lineal; ocasionalmente encontramos pequeñas bifurcaciones que sirven para descubrir secretos o contemplar vistas espectaculares del mundo que dejamos atrás. Estas panorámicas están tan bien trabajadas que más de una vez me detuve a hacer capturas. La repetición del recurso no molesta: cada escenario ofrece una belleza distinta que invita a mirar atrás antes de seguir adelante. Y para aclararlo: linealidad no significa aburrimiento. Es simplemente una característica con la que conviene llegar informado para saber qué tipo de experiencia ofrece el juego.
Los puzles siguen esta filosofía accesible. Son variados, pero nunca excesivamente complejos: se resuelven de forma fluida, sin necesidad de detenerse a pensar demasiado, tomar notas o romper el ritmo de la exploración. Todo gira en torno al uso de la luz y la colaboración con Ramita, manteniendo coherencia en el diseño sin caer en lo monótono.

Mi partida duró cerca de seis horas, por lo que la duración general puede moverse entre las cinco y las siete dependiendo de cuánto se explore o cuánto se admire cada escenario.
Uno de los puntos más fuertes de Keeper es su apartado audiovisual. Imagina un mundo con la estética oscura y fantástica del universo de Tim Burton, pero rebosante de color, movimiento y energía. Esa mezcla da lugar a escenarios vibrantes, llenos de vida y con un diseño que, por momentos, resulta sencillamente precioso. La experiencia visual es un auténtico regalo. En lo técnico, además, el juego sorprende por su estabilidad: incluso en los momentos más intensos, no he visto caídas de rendimiento ni problemas de fluidez.

El sonido acompaña con la misma calidad. Efectos y melodías se integran con lo que ocurre en pantalla de forma natural, reforzando tanto la ambientación como los momentos más emotivos.
En definitiva, Keeper es uno de esos títulos que merecen una presencia mucho mayor de la que han tenido. Una joya que corre el riesgo de quedar oculta, más aún siendo exclusivo de Xbox y PC por ahora. No sé si en algún momento llegará a otras plataformas como Nintendo Switch o PlayStation, pero si tienes la oportunidad de jugarlo —sea donde sea— no la desperdicies.
