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Si alguna vez has soñado con ser maquinista de tren y enfrentarte al apocalipsis al mismo tiempo —lo cual, admitámoslo, no es el sueño más habitual—, The Final Station es tu parada obligatoria. Desarrollado por los chicos de Do My Best Games (el nombre ya indica que al menos lo intentan), este juego mezcla trenes, supervivencia, zombis mutantes y una pizca de drama social que ni los anuncios del metro a las ocho de la mañana.

¿De qué va la movida?

The Final Station es un juego indie en dos dimensiones, con estética pixel art, música ambiental sombría y una historia que se cuenta a medias, como los cotilleos en la oficina: “Algo ha pasado, pero no se sabe muy bien qué”. Encarnas a un maquinista con cara de lunes eterno que recibe órdenes misteriosas para transportar algo muy importante a través de un país devastado por… bueno, cosas chungas. Digamos que la humanidad ha tenido días mejores.

El argumento se cuece a fuego lento, como las lentejas de tu abuela, y muchas veces no sabes qué demonios está ocurriendo. Pero lo bueno es que no hace falta saberlo todo para disfrutar. Ya sabes: como cuando ves una peli rusa con subtítulos borrosos, pero aun así dices “¡qué arte tiene esto!”.

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La jugabilidad: entre el cercanías y la peli de terror

El juego tiene dos modos de juego que se van alternando. El primero es el “modo tren”, en el que haces de maquinista multitarea. Aquí gestionas el estado del tren, mantienes vivos a los pasajeros (que son más quejicas que en Twitter), controlas sistemas mecánicos que siempre fallan en el peor momento, y te preguntas por qué aceptaste este curro en lugar de quedarte en casa jugando al Stardew Valley.

El segundo modo es el “modo estación”, que viene a ser lo contrario de un spa. Te bajas en paradas para conseguir suministros, buscar supervivientes y luchar contra enemigos que parecen una mezcla entre sombras, humanos mutados y el primo raro de los alienígenas de The Thing. A veces da más miedo entrar en una de estas estaciones que en el baño de una gasolinera a las tres de la mañana.

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¿Zombis otra vez? Sí, pero pixelados y con estilo

Sí, hay zombis. Pero no son zombis cualquiera, son zombis pixelados. Y eso, amigos, les da un toque artístico, como si hubieran salido de una exposición moderna en el Reina Sofía: “Esta obra representa la descomposición social a través del pixel podrido y el movimiento errático”. Los enemigos vienen en distintas variantes: los normales, los rápidos, los blindados, y esos que hacen “¡PUM!” cuando te acercas, como si fueran piñatas de muerte.

Por suerte, cuentas con tu fiel revólver, alguna escopeta que encuentras por ahí, y tus queridísimas manos. Y si todo falla, siempre puedes lanzar una taza, una silla o lo que encuentres. MacGyver estaría orgulloso de ti.

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El tren de la bruja capitalista

Uno de los aspectos más curiosos del juego es la gestión de los pasajeros. Hay quienes te pagan si los mantienes con vida, y eso significa darles comida, botiquines y atención. O sea, como tener hijos, pero con menos cariño y más “a ver si llegas con vida a la siguiente estación para soltarme 60 pavos”.

Aquí es donde The Final Station saca su vena satírica: el mundo se va al garete, la gente muere en masa, pero aún así hay clases sociales, secretos gubernamentales y peña que piensa en su cuenta bancaria. Vamos, como en la vida real. Hay quien dice que el juego es una crítica al capitalismo, otros dicen que simplemente es una historia de zombis. Y tú mientras tanto, solo quieres llegar a la siguiente estación sin que se te muera el pasajero que tiene la cartera más abultada.

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Arte y atmósfera: el apocalipsis también puede ser bonito

Aunque todo esté pixelado, The Final Station logra crear una atmósfera que engancha. Las estaciones están llenas de detalles: carteles rotos, ordenadores que aún parpadean con e-mails deprimentes, cadáveres pixelados que te miran con reproche, y frases sueltas que te hacen pensar “¿pero qué narices pasó aquí?”.

La música merece una mención especial. Es sutil, inquietante, y a veces desaparece para dejarte solo con el sonido del tren y tus pensamientos existenciales. Ideal para preguntarte por qué no elegiste jugar a algo más alegre, como Animal Crossing o Just Dance.

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¿Y el final? ¿Hay estación final?

Sin hacer spoilers (aunque el título ya te da una pista), la historia te lleva poco a poco a un desenlace que combina revelaciones, emociones y una buena dosis de “no entiendo nada, pero me ha gustado”. Eso sí, el juego no te lo da todo mascado. Hay que leer entre líneas, recoger notas, y a veces, simplemente aceptar que hay cosas que se quedan sin explicar, como el origen de los polvorones en julio.

Y por si te quedas con ganas de más, hay un DLC titulado The Only Traitor en el que llevas a otro personaje, con otra historia y otro coche. Sí, un coche. Nada de tren. Porque cambiar de transporte es como cambiar de perspectiva. O eso dicen los diseñadores del juego cuando quieren sonar profundos.

¿Recomendado?

Mira, si te gustan los juegos con buena ambientación, narrativa misteriosa y un toque de angustia mientras gestionas recursos como si fueras el becario del fin del mundo… entonces sí. Y si encima eres de los que disfrutan un buen pixel art con aroma retro, The Final Station te va a gustar más que una tostada con aceite y jamón.

Eso sí, prepárate para sentirte constantemente al borde del desastre. Porque aquí todo puede salir mal: se te muere el pasajero que necesitaba medicina, el tren hace ruidos extraños, se te acaban las balas, te aparece un bicho gigante, y tú solo querías llevar el tren de A a B. Pero claro, esto no es Renfe —aquí los retrasos se pagan con sangre.

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